Vivimos en sociedades que se han alejado y enfrentado  cada vez más a la naturaleza. Algunas manifestaciones de esta actitud son, por un lado, una modificación de los hábitos alimenticios, y, por otro, una aceleración en los ritmos de vida, que crean tensiones y desajustes emocionales.

El desarrollo de la bioquímica a partir de los años 50`s aceleró la industrialización de los alimentos aislando sustancias de su medio natural a través de otras sustancias no biodegradables (enemigas de la vida y de la ecología) como los nitratos y nitritos, y produciendo sustancias sintéticas como los preservantes (microbicidas, cancerígenos y otros tóxicos), los edulcorantes, los saborizantes, los colorantes, etc, que les dan unas características que cautivan los sentidos y ahorran el trabajo de preparar alimentos, pero que contaminan el organismo humano y son sabrosísimas bombas químicas de tiempo.

Desde entonces han proliferado las enfermedades degenerativas o enfermedades de la civilización, como el estreñimiento, la obesidad, las cardiovasculares, de las articulaciones, los cánceres, etc, y se han expandido las industrias alimenticias, químicas y farmacológicas, pues, después que envenenan deliciosamente suministran fármacos (con efectos colaterales dañinos) para “curar”.

En el siglo V a. de c. Hipócrates , padre de la medicina en occidente dijo : “Que tu alimento sea tu medicina y que tu medicina sea tu alimento”. La clave de una buena salud está en tener una sangre  limpia, ligeramente alcalina, es decir, no ácida, y esto se logra consumiendo alimentos vivos y frescos, como las frutas, las verduras, las legumbres, los cereales, las oleaginosas, las tuberosas, la miel de abejas, el polen, la jalea real, productos lácteos no procesados, y ejercitando el cuerpo, y no convirtiéndolo en “sepulcro blanqueado”.

La sangre es el tejido que transporta a cada una de las células de nuestro organismo los nutrientes y el oxígeno y distribuye las secreciones de las glándulas endocrinas y del sistema inmunitario, y recibe de dichas células las sustancias de desecho que van a los riñones, al hígado y a la piel, nuestro  segundo riñón cuando nos ejercitamos, y a los pulmones para ser expulsados. Por ello no debe contaminarse con alimentos muertos o sintéticos.

La vida es un paquete de información. Los frutos primarios de la naturaleza, o para decirlo en los términos de las cosmogonías aborígenes  de América y de oriente, del  matrimonio de los cinco elementos, de la conjunción del padre sol y la madre tierra en la fotosíntesis (ver hipótesis Gaía del científico británico Jame Lovelock) contiene una información afín a la información de nuestras células, de manera que sus componentes están codificados en un lenguaje que entiende esa inteligencia universal que centellean en cada uno de los neuroreceptores de las paredes celulares en nuestros ADN`s, en la energía genética y a nivel cuántico.

Los frutos de las plantas están desprovistos de  la información emocional de los animales. Cuando se sacrifica un animal, la angustia, el pánico y la rabia o el resentimiento que sienten producen descargas de adrenalina y otras hormonas y neurotransmisores. Esa información bioquímica con los desechos de la sangre venosa, con las hormonas feminizantes que le suministran para acelerar su crecimiento y residuos de vacunas, pasan a quienes consumen su cadáver, cuya digestión demora, en promedio, 72 horas contra 4 de los vegetales .

El comer se ha vuelto otra adicción más como el vicio de refugiarse en el trabajo, ver compulsivamente TV, comprar incontroladamente, vivir obsesionado con el sexo, consumir drogas estimulantes y evasoras, etc, mecanismos de compensación de otras carencias que prohija esta sociedad individualista y competitiva cada vez más antinatural, artificial, antihumana, proclive a los placeres efímeros y letales, al consumismo de cosas “sabrosas”  pero degenerativas, maneras aberrantes de  y desequilibradas de satisfacer las necesidades de plenitud, es decir, de tratar de lograr la seguridad, el éxtasis  y la comunión con la totalidad, ni más ni menos que como en las épocas de decadencia de los grandes imperios, sólo que ahora se da también en las naciones pobres.

LA FALTA DE ESCRÚPULOS Y EL  MÁS DESALMADO EGOISMO

La alabada y desenfrenada competencia tras la mayor rentabilidad, como máximo criterio o valor moral rector en nuestra sociedad, ha llevado a la producción de alimentos patológicos, como la cría de cerdos y de pollos hacinados en jaulas, donde no dispone no disponen de espacio suficiente para moverse, les reciclan su propio excremento ”enriquecido” con vitaminas y hormonas feminizantes que son esteroides anabólicos para acelerar su crecimiento, y le alteran su sexualidad y sus ciclos biológicos hasta el  estrés y la deformación de su psique, pues le ponen luz permanente las 24 horas del día y los privan de sus relaciones con otros de su misma especie y con la naturaleza. En un tiempo récord salen estas bombas bioquímicas a producir ganancias privadas y pérdidas sociales.

Nada más recordemos el caso de hace más de una década de las “vacas locas” en Inglaterra, alimentadas con concentrados de animales, y esto ocurrió en un país industrializado, con un mayor desarrollo democrático que los latinoamericanos, donde las autoridades sanitarias, se supone, ejercen un mayor control y donde las asociaciones de consumidores son más fuertes, para no hablar del mercado negro de hormonas feminizantes en la Comunidad Europea, que mueven miles de millones de dólares al año.

Hoy día, observamos como ha aumentado la homosexualidad provocada por el consumo de los cadáveres de estos animales por las hormonas feminizantes, y como empiezan a verse niñas de 10 y hasta 8 año que presentan un desarrollo anatómico y fisiológico parecido al de jóvenes de 16 o 18 años.

De la misma manera que la salud se conserva sintonizándose con las vibraciones (sublimes) de la naturaleza, observando un estilo de vida natural, pues, somos un microcosmos, antenas receptoras y emisoras de energía, en conexión con el macrocosmos, como sostiene la llamada Medicina Cuántica o Einstiniana (basada en la interpretación de la realidad en 11 dimensiones a partir de la teoría de la relatividad y la mecánica cuuántica), se altera también introduciendo en nuestro organismo un paquete de información de enfermedad psicosomática, como la de estos infelices seres, llenos de angustia y depresión.

En este orden de ideas, un equipo de médicos franceses que clasificó los alimentos por su ciclaje electromagnético, por sus vibraciones por segundo, arrojó que las carnes (las que no tienen químicos y, por supuesto, las que los tienen), los embutidos, los enlatados, los azúcares y los licores y cervezas, entre otros, presentaban los niveles más bajos, como quien dice las drogas más “sabrosas” y apetecidas por la mayoría de personas hoy día.

Al hecho de que estos animales y demás alimentos sean “sabrosos”, por los químicos que  le adicionan, se suman los mensajes subliminales y manipuladores de la sexualidad y los afectos de las agencias de publicidad. No más recordemos el famoso caso de “la Guerra de las colas” hace algunos años entre Cocacola y Pepsicola para quedarse con su mercado de la muerte, pues estas bebidas  son corrosivas hasta el extremo de disolver el óxido de tornillos y remover el sarro de inodoros o sanitarios, al igual que los jugos artificiales, como frutiño y naranyá.

Con esta alimentación chatarra, el cambio de clima por el calentamiento global y la destrucción de la naturaleza y esta manera inescrupulosa e irresponsable de pensar no puede surgir un hombre y una sociedad nuevos, no se puede nacer de nuevo, como le dijera Jesús el Cristo a Nicodemo. Es hora de revolucionarse.

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